domingo, 9 de marzo de 2008

Una especie que se consolida

Es tu primer día de universidad y estás deseando conocer gente. Vislumbras un grupito de varias chicas monas y bien vestidas. Entre ellas, destaca una que es el centro de atención y todas las demás la escuchan. Tú no quieres ser menos y acudes a la inesperada cita. Te acercas y oyes como esa chica está explicando que tiene una casa en la playa, que su padre le acaba de comprar un coche y que esa camisa que lleva puesta la consiguió a mitad de precio, es decir, a 150 euros.

La chica, que dice llamarse Isa, ladea su pelo de un lado a otro mientras cuenta sus hazañas con varios chicos. Es muy expresiva, no deja casi hablar a los demás y su sonrisa es tan falsa como la de una yena. Son las 12:00 y toca entrar en clase. Isa deja de hablar. La verdad es que no te ha caído mal, te ha parecido divertida, aunque poco humilde y un tanto creída. Quieres conocerla más afondo.

Tres años después Isa, que parecía ser el primer día de clase la clásica pija de toda la vida con padres forrados y con domicilio en el barrio más chic de la ciudad, resulta que ni tiene tanto dinero, ni nunca se ha codeado con la clase alta, ni jamás su padre le ha comprado un coche. Con el tiempo fuiste descubriendo que esa chica adornaba su vida para intentar ser una más. Isa, como muchas otras mujeres, era la viva imagen de una especie que se está consolidando. Isa era una Novorica.

Los Novoricos tienen su origen en la última España de Franco y el inicio de la transición. Es cuando en este país la clase media se consolida, y muchas personas que antes no podían aspirar a poco más de lo que nacían, ven como con sus ingresos son capaces de ascender de estrato social. Pero aquellos no fueron los Novoricos, sino que esta especie la empezarían a formar los hijos de esas personas que ascendieron, con trabajo y sudor, a una clase superior económicamente hablando.

He aquí que hacia finales de los 90 la sociedad empieza a distinguir un nuevo tipo de comportamiento que nunca antes había sido visto. Se trata de chicos y chicas de unos veinte años que al dar el paso a la universidad o al mundo laboral se ven con la obligación de aparentar ser aquello que jamás han sido. Es la ley del quiero y no puedo. Aquella que nos confirma, sin opción al error, que todo aquel que nace en la clase media pero que ha sido educado en la élite sin formar parte de ella acaba convirtiéndose en un Novorico. Es una persona que, con algún dinero de más que un trabajador cualquiera y muchos ingresos de menos que un empresario de la clase alta, se quiere hacer un hueco entre el mundo pijo. ¿Pero por qué no puede? Bien, la principal causa no es el dinero que le falta para llegar a ser uno de ellos, aunque muchos lo piensen; sino que los Novoricos no tienen esa clase que tiene un pijo innato, de toda la vida. Ese que nació en el seno de una familia burguesa o históricamente apoderada. Ese que se crió en un ambiente que lleva en los genes, en su sangre. Ese que sí forma parte de la élite, y él lo sabe y por eso no se lo tiene que ir contando a todo el mundo. Pero el Novorico no es así, porque él debe buscar sus raíces familiares en el mundo laboral, sí, el de las 8 horas diarias y el sueldo al final de mes; y debe saber que, aunque haya estudiado en los mejores colegios, los más caros, y se haya movido por las discotecas y los ambientes más elitistas de la ciudad, él, en verdad, no formaba parte de ese mundo. Un mundo donde siempre se ha sentido incómodo y eso le ha atormentado cada noche, cuando tenía que cambiar la etiqueta de Ralph de una camisa a otra, o cada mañana, cuando repetía pantalones porque eran los únicos de marca.

Así se escribe la historia de los Novoricos, una historia que solo ha hecho que iniciarse. Si quieren verlos solo hace falta que se acerquen a una universidad, vayan al bar y busquen a un grupito de chicas monas o chicos con un pelo que les tapa media cara (¿quizás por lo feos que son?). Una vez el lector los haya localizado, debe arpoximarse a escuchar lo que se dice allí. Si están hablando de grandezas, no dude más. Habrá chocado con una Isa, aquella chica que siempre quiso ser lo que nunca pudo. Quizás por dinero, quizás por genética, quizás porque solo algunos nacen con la etiqueta de pijos, una etiqueta personal e intransferible. ¡Ah! Y ni se les ocurra pedirle a uno de ellos que les invite a un café, no lo harán. Porque es así, a base de evitar pequeños gastos, como consiguen hacer grandes inversiones en aquel cocodrilo o ese caballo que les elevará, ay, eso creen los pobres, a lo más alto de la élite. Pero no, son Novoricos. Querer sí, pero sin poder.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Amigo Jordi, soy Fran (el refuerzo boticario de tu hermana) y para ampliar el blog te digo que esa forma de peinarse de los pijos que le tapa media cara se denomina: "pelo-filete".
Un saludo, amigo. y de Patty también.

Giorgio dijo...

jeje, está bien fran, lo tendré en cuenta para próximos posts. me ha gustado eso de pelo filete...

ya veo como curramos en la farmacia

bsos a los dos (sin mariconadas)